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La cultura no solo tiene el poder inmenso de elevar a una civilización o a un grupo de personas a un nivel intelectual mayor. A través de la creación del arte como metáfora de la propia existencia, la vivida y la soñada, somos capaces de entender mucho mejor nuestras emociones, nuestros impulsos. El cine, la música, la pintura o la literatura son una parte imprescindible de nuestro aprendizaje vital, porque en muchas ocasiones vemos en ellos situaciones que están por llegar. Es un ensayo de cómo vamos a enfrentarnos a esos momentos cruciales, hasta que se convierten en un recuerdo inconsciente e idealizado, cuando dichos momentos pasan. Por curiosidad, por nostalgia o simplemente, para desconectar de nuestra vida y conectar con otras, la cultura está presente en nuestro día a día de una manera clara. Y su discurso puede llegar a moldear nuestros pensamientos, nuestras ideas e incluso nuestras emociones.
Los productos culturales que se encuadran dentro de la tendencia romántica siempre nos han mostrado un tipo de amor ideal. Tan puro, ingenuo e improbable que salir en su búsqueda en la vida real suponía un mazazo casi insoportable. Un amor donde cada ápice de felicidad dependía de otra persona, un alma gemela, nuestra otra mitad. Sin ella jamás estaríamos completos. Podríamos entregarnos a nuestros institutos y lanzarnos al placer con otras muchas personas, pero jamás dejaríamos de estar vacíos por dentro. Porque ese sexo sin amor es efímero, fugaz, y lo único que nos llenaría sería encontrar a la persona con la que no solo tuviéramos sexo, sino hiciéramos el amor. Es un mensaje que ha calado bien hondo en las mentes de muchas generaciones, pero que también tiene una contrapartida. Tras la liberación sexual de los años 60 y la evolución de nuestro pensamiento actual, ¿qué hay de malo en pasar un buen rato con otra persona, aunque no haya amor de por medio? ¿Es tan grave tener sexo sin sentimientos tan profundos? Cada cual tendrá su visión sobre el tema, pero hay una parte de este dilema que es específicamente compleja. ¿Qué pasa cuando una prostituta, preparada para tener sexo sin amor, se enamora de un cliente?
El estigma de la prostitución
Volviendo al tema de la introducción, la cultura ha preferido, en estas últimas décadas, marginar por completo a las prostitutas. Cuando aparecen lo hacen como clichés andantes. O la chica totalmente desubicada que suele ser además drogadicta y se acuesta con cualquiera para pagarse los vicios, o la puta feliz que se siente empoderada por su trabajo. En ambos casos, la prostituta se convierte simplemente en un personaje plano, que ni siente ni padece, más allá de las posibles afecciones físicas que tenga. Para llevar a cabo su trabajo ha tenido que resguardarse de las emociones. Es la única manera, parece. La sociedad sigue señalándolas y estigmatizándolas solo por hacer lo que hacen, con un sesgo moral que viene obviamente impuesto por la religión. En la vida real, la situación no es mucho más diferente. Se invisibiliza a estas mujeres a propósito porque son molestas para el sistema, para la sociedad de bien… aunque su trabajo sigue siendo necesario.
Amantes profesionales, pero también personas
Cuando se debate sobre legalizar o abolir la prostitución se buscan numerosos factores para apoyar una u otra idea. Económicos, sociales, de salud, morales incluso… Pero siempre se ve la prostitución como una especie de industria de engranajes perfectos, sin que se centre la mirada en las perjudicadas: las trabajadoras sexuales. Casi nunca se les pregunta a ellas qué es lo que necesitan para poder trabajar de forma más segura. Casi nunca se les da voz en estas decisiones tan importantes que atañen a todos, pero especialmente a ellas. Y es que tanta estigmatización ha conseguido que las dejemos de ver como personas. Son solo trabajadoras, prostitutas, que al no tener siquiera sentimientos han dejado de comportarse como seres humanos. Es triste, pero esa visión es muy compartida hoy en día.
Y nada más lejos de la realidad. De hecho, los clientes de estas trabajadoras sexuales son los primeros que entienden que su situación es muy diferente a como se la imagen. Que son mujeres muchas veces empujadas por la necesidad, para tomar estos trabajos. Que son tremendamente fuertes, porque de lo contrario sería imposible dedicarse a un oficio así, con todo lo que tienen que aguantar. Pero eso no las convierte en robots. Siguen siendo personas, seres humanos con sus problemas y sus preocupaciones, incluso con sus males de amores, más allá del trabajo. Ningún otro oficio impide a quien lo lleva a cabo el poder enamorarse y tener una relación con otras personas, más allá del trabajo, claro está. Las prostitutas deben enfrentarse a ese problema desde el primer servicio.
Los clientes, amables y cariñosos
Todos hemos tenido que guardarnos nuestras emociones y sentimientos en algún momento de nuestra vida. Exponernos demasiado puede ser una postura suicida cuando estamos con gente a la que no conocemos. En el caso de las prostitutas lo es más aún, porque no pueden mostrarse vulnerables. O no deben hacerlo. Los clientes pueden aprovecharse de ello, aunque no todos sean iguales. Entre hombres que llegan visiblemente perjudicados y otros que directamente no tienen los más mínimos modales, las trabajadoras sexuales también atienden a clientes amables y cariñosos. Hombres que solo buscan un poco de afecto, al igual que ellas. Hombres que las tratan bien, que solo quieren disfrutar de un rato de compañía y pasión. Y algunas terminan cayendo en el amor, por pura necesidad de sentir algo.
Una relación complicada
Pongamos el caso de que la prostituta termina enamorándose del cliente. Y no, no tiene que ser como en Pretty Woman, porque como ya hemos apuntado antes, este tipo de productos culturales no son precisamente realistas. Es un amor como cualquier otro, que nace poco a poco y se va agrandando, si ese cliente es asiduo a la chica. Ella empezará a tratarle mejor, incluso a veces pensará en no cobrarle. Tendrá remordimientos por estar con otros, o simplemente miedo de confesarle al cliente lo que realmente está sintiendo. Él ya conoce su vida, porque está ahí, con ella, precisamente por los servicios que ofrece. Sin embargo, la carga del “qué dirán” sigue siendo demasiado pesada.
No obstante, hay trabajadoras sexuales que han terminado enamorándose de sus clientes. Algunas han dejado el oficio en ese momento, si es que podían, para buscar otro tipo de vida. Algo que no se habían planteado antes, y es curioso este punto, porque al final uno no sabe si ese cambio se produce al deseo de una vida mejor o simplemente, a lo que su pareja podría pensar de ella. Otras mujeres siguen trabajando como prostitutas incluso después de iniciar la relación, algo que sus parejas tendrán que aceptar. Es parte ineludible de su vida y al fin y al cabo, ya conocieron a esa mujer realizando esos servicios. Las relaciones son complejas siempre, pero cuando hay este tipo de condicionantes de por medio, suelen serlo aun más. Y eso no significa que con tesón, confianza y mucho amor, las cosas no puedan salir bien.